4 DE ABRIL DE 1928.
Son las cuatro de la mañana; a pesar
de tan temprana hora, las gentes del pueblo ya se hallan levantadas
preparando las mulas y los carros para partir a hacia Toro donde a
las diez va a comenzar el juicio donde se decide el destino del
pueblo. Si es a favor del pueblo gana la esperanza de vivir en
libertad. Si es en contra, se abandona toda una plusvalía creada a
base de sacrificios. El abandono de los hogares levantados con
fatigas y sudores, las frondosas viñas puestas (plantadas) y
criadas a golpe de azadón, dejar a sus antepasados que bajo sus
tumbas yacen en el cementerio... De todo esto son conscientes los
vecinos y todos unidos como un solo hombre se pone en marcha la
comitiva.
En los rostros de los mayores se nota
cierto nerviosismo no exento de esperanza; la juventud, ajena a
cuanto aquello representa, canta y baila y lo toma como una romería.
Unos cuantos chicos tratan de contar
los carros, 60...70.. imposible calcular. La caravana ocupa más de
dos kilómetros. A la hora de camino se llega a Villabuena, la villa
de las Buracas desde cuya peña se admira un paisaje maravilloso,
pero que la ignorancia de habitantes era tal en aquella época que el
75% eran analfabetos. Esta ignorancia les llevó a propagar unas
coplas en contra de los colonos de El Pego.
Al llegar a la carretera, se empieza
sentir el repicotear de los carros que parecía entonar con la
algarabía juvenil. El sol, que durante varios días había estado
ausente ocultado por las nubes, ese día, para dar más realce al
espectáculo, salió con gran brillantez, inundando con sus rayos
toda la campiña toresana. Esa campiña preciosa que parecía una
sábana blanca tendida sobre los cerezos y almendros que en esa
tierra se crían, con ese aroma de flores que los pulmones ensancha.
La caravana va caminando al paso acompasado de las mulas y el
traquetear de los carros.
El río Guareña enfurecido por las
fuertes lluvias ha aumentado su caudal y en algunos sitios el agua
llega a la carretera.
A medida que la caravana se acerca a la ciudad
de Doña Elvira mayor es la tensión entre sus ocupantes. Se va
acercando el momento en el que un juez va a decidir el destino de la
mayoría de los vecinos de El Pego, ¿cuál será su sentencia?,
¿comprenderá las razones que estos exponen y los absolverá? , ¿o
por el contrario los condenará a que abandonen el pueblo?; con estos
pensamientos agolpados en sus mentes, la caravana cruza el puente de
piedra, esa joya de la arquitectura de la época romana. La caravana,
pasado éste, emprende la escalada del Espolón con dirección a la
plaza de San Agustín donde se sueltan las mulas y se colocan los
carros de forma que puedan caber todos en ella, son tantos, que hay
que colocarlos muy bien.
Se echa de comer a las mulas; y ya
andando, hombres mujeres y niños se dirigen hacia el Consistorio
donde va a comenzar el juicio de un momento a otro.
EL JUICIO
La audiencia estaba instalada en la
primera planta del Ayuntamiento, hasta llegar a la misma todos
cantaban tratando de ocultar la intensa preocupación que llevaban
por dentro.
Porque aunque nunca se perdió la esperanza, existía en
cambio honda preocupación.
Nada más entrar en la sala, un
silencio sepulcral se hizo en la misma. Sin ordenarlo nadie. Sin
saber por qué, pero se hizo. Casi en aquel momento el Sr. Juez dijo
“Audiencia pública” y da principio el Juicio con la declaración
de los testigos. A continuación, toma la palabra el defensor de los
dueños que entre otras cosas dice “esos vecinos que tanto tienen
que agradecer a sus dueños, ¿con qué se lo pagan?. Llamándolos
estafadores. Y sepa su señoría que son dos personas honradas. Tan
honradas, que aun en contra de su voluntad se han visto obligados a
desahuciarlos por su mal comportamiento”.
Después tomó la palabra el abogado
del pueblo, quién, después de exponer las razones de su defensa,
dijo, “no pedimos justicia señor, pedimos caridad. No queremos
favor ni socorro. Queremos y pedimos la manumisión para unos
esclavos de la tierra. Trabajo por el que podamos cantar un himno a
la libertad y a la vida. Pedimos caridad, no a los hombres ni a la
sociedad egoísta. caridad para caminar hacia nuestro éxito, bajo el
amparo de Jesús, el humilde nazarita protector de los oprimidos.
Pedimos caridad, para esos difuntos que desde sus tumbas no pueden
hacerlo y también son desahuciados.
No quiero dejar de reseñar la
oportuna intervención del procurador, Dn. Agusto Samaniego. Cuando
el abogado de los dueños insultaba a los colonos, dijo entre otras
cosas, “no puedo consentir que de esta manera se insulte a mis
defendidos”, una salva de aplausos retumba en la sala en honor a
este hombre que con tanto interés defendía a los vecinos de El
Pego.
Terminada la vista del Juicio, el
personal abandona la sala y emprende el regreso a El Pego. ¿Cuánto
tiempo iban a permanecer en él?, eso sólo dependía de los hombres
que quedaban en el recinto analizando los pros y los contras para
dictar sentencia. Una sentencia difícil. Tan difícil, que nunca
llegó a dictarse.
Pasaron cuatro días de incertidumbre,
cuatro días interminables para todos. por fin el día siete de este
mismo mes el Juez reúne a las dos partes, colonos y dueños, y
convencen a estos para que vendan el término, así se acuerda y se
pone fin a un juicio, cuya sentencia queda en el anonimato.
La noticia causa tanta euforia, que
algunos exaltados, se lanzan a la calle,.. insultan a los
administradores, tiran piedras a sus puertas.. y de no haber sido por
la intervención de los hombres de la Comisión no se sabe lo que
habría pasado.
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